miércoles, 30 de junio de 2010

Álamo: la voz del viento

Cuando son azotados por la lluvia y el viento,
los álamos elevan una oración salvaje
y parece que muestran al negro firmamento
la hirsuta cabellera de su verde ramaje. La Rebeldía, Pablo Neruda

Las aproximadamente 40 especies de álamos son oriundas del hemisferio norte. Crecen de forma natural en los bosques de ribera, donde encuentran riego constante. Como especies autóctonas, encontramos en la Península el álamo blanco (Populus alba), el chopo (P. nigra) y el temblón (P. tremula). Estos y otros álamos y sus híbridos se plantan por su rápido crecimiento a la vera de los ríos.

En muchas comarcas de Castilla, en las que la deforestación se ha consumado hace ya siglos, el álamo es uno de los pocos árboles que cubren los paisajes desnudos. De hecho, las extensas alamedas que discurren serpenteando por los cauces son los últimos refugios del bosque inmenso que cubrió esta tierra. Proporcionan madera para construir y leña para calentarse, y sus hojas también sirven como comida para el ganado y para hacer buena cama en la cuadra, así como excelente estiércol. En otras regiones mediterráneas los álamos tienen un papel parecido en la economía, la cultura y el paisaje. Antiguamente, en la zona de Bolonia, cuando nacía una niña en la familia, se plantaba una alameda, que se cuidaba hasta su boda, día en que se regalaba como dote.

Durante el verano, el álamo es refugio fresco de pájaros, pastores y rebaños. Una suave brisa habita siempre la alameda agitando las hojas y murmurando en las copas palabras que sólo entienden los poetas. Son ellos, sin duda, los que mejor han traducido al lenguaje de los mortales su inspiración:

“Entre los numerosos pueblos que están siempre de pie, tú, oh álamo susurrante, has sido escogido de una manera conforme al misterio; irás al centro sagrado de la nación; representarás la tribu y nos ayudarás a cumplir la voluntad del Gran Espíritu. Eres un árbol benévolo y de bella apariencia; los pueblos alados han criado a sus familias sobre ti; en ti. Desde la punta de tus ramas altivas hasta tus raíces, los pueblos alados y los cuadrúpedos han hecho sus moradas. Cuando te levantes en el centro del círculo sagrado, serás la nación.” (Alce negro)



Entre los hidatsa, cada ser tiene su sombra o espíritu, pero el álamo posee una inteligencia especial. Se decía que cuando las grandes crecidas del Missouri derribaban alguno, caían gritando hasta que las raíces se desgarraban del cauce. Los más ancianos pensaban que jamás deben cortarse estos árboles y atribuían las desgracias que afligían a su tribu a la tala en tiempos modernos.

En el mito griego, el álamo tiene también especial protagonismo. La ninfa Leuce es secuestrada por Hades, quien la lleva a los infiernos. Pero era mortal, y al llegar su hora, Hades la transforma en un álamo blanco para perpetuarla. Desde entonces, vive a la orilla del río de la Memoria, límite del Tártaro que gobierna el dios infernal. Tras el descenso de Hércules a los infiernos, el héroe regresa victorioso después de vencer al Cancerbero y vuelve coronado con las ramas de este álamo blanco en señal de su victoria sobre la propia muerte. En la cultura helénica tuvo, por tanto, un sentido funerario y fue muy cultivado en los cementerios y monumentos.

Es curioso que uno de los seres vivos más grandes y antiguos del planeta sea precisamente una alameda o, más bien, un solo álamo que rebrota incesantemente de cepa desde hace 80.000 años, a lo largo de los cuales ha alcanzado una extensión de 43 hectáreas. El análisis del ADN de sus árboles demuestra que todos ellos son un mismo ser, que ha continuado creciendo hasta nuestros días en el Parque Nacional de Fishlake, en Utah (Estados Unidos).



http://www.larevistaintegral.com/5180/alamo-la-voz-del-viento.html

sábado, 26 de junio de 2010



ARBOLES ALFACAR


LAS PALMERAS DE ORIHUELA



EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.

Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz meé larga y tendida.

Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.

Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.